He has risen, he is coming!

¡Él ha resucitado, él viene!

En la esencia de la fe cristiana, el regreso de Dios ocupa un lugar de importancia incomparable. Este acontecimiento esperado, al que a menudo se hace referencia como la Segunda Venida, no es meramente un punto doctrinal, sino un profundo motivador de la vida cristiana, incluido el acto vital de la adoración. Como creyentes, comprender la inminencia del regreso de Dios arroja una luz crucial sobre nuestras prácticas de adoración, subrayando la urgencia e importancia de conectarnos con lo divino aquí y ahora.

La verdad de la adoración en el cristianismo trasciende la rutina o el ritual; es una expresión de amor, reverencia y sumisión a Dios. Es en la adoración que reconocemos la soberanía de Dios y expresamos nuestra expectativa por su regreso. Esta expectativa tiene sus raíces en la profecía bíblica y en las enseñanzas de Jesucristo, quien aseguró a sus seguidores su regreso para juzgar a los vivos y a los muertos y establecer su reino en plenitud. Esta promesa, que se encuentra en pasajes como Mateo 24:30-31, despierta un sentido de urgencia en los fieles, un llamado a vivir en un estado de preparación y devoción.

La adoración, por lo tanto, se convierte en un medio a través del cual nos alineamos con la voluntad y el propósito de Dios, alimentando una relación que trasciende los límites del tiempo. Es en los actos de alabanza, oración y adoración que encontramos fuerza y ​​guía para vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios. Tales prácticas no son solo preparativos para la vida venidera, sino manifestaciones del reino de Dios aquí en la tierra. Son actos de desafío contra la desesperación y la desesperanza que a menudo invaden nuestro mundo, luces brillantes de esperanza que anuncian la gloria venidera.

Además, la anticipación del regreso de Dios resalta el aspecto comunitario del culto. Reunirnos con otros creyentes para adorar no sólo nos une en nuestra esperanza común, sino que también fortalece nuestra determinación de actuar con justicia y amar la misericordia, como se ordena en Miqueas 6:8. Es un recordatorio de que nuestro tiempo aquí es limitado y que estamos llamados a marcar una diferencia en la vida de los demás, sirviendo como faros del amor y la gracia de Dios. La comunidad de fe, por tanto, se convierte en un reflejo del reino celestial, un anticipo de la comunión eterna que está por venir.

En esencia, la inminencia del regreso de Dios llena nuestro culto de alegría y solemnidad. Es una celebración de la esperanza que tenemos en Cristo, así como un recordatorio solemne de la responsabilidad que acompaña a nuestra fe. Mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios, que nuestro culto sea un testimonio de nuestra disposición a recibirlo. Que se diga de nosotros que no vivimos con temor al fin de los tiempos, sino con gozosa anticipación del comienzo de un capítulo eterno y glorioso con nuestro Señor.

La adoración, en anticipación del regreso de Dios, no es sólo un deber sino un privilegio, una oportunidad para acercarnos al corazón de Dios y prepararnos para la alegre reunión que nos espera. Es un llamado a vivir cada día a la luz de la eternidad, siempre conscientes de la naturaleza transitoria de nuestra existencia terrenal y de la promesa perdurable del reino de Dios. Por lo tanto, adoremos con fervor y fe, porque al hacerlo, preparamos nuestros corazones y el mundo para la venida de nuestro Rey.
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